Director: David Cronenberg.
Guionista: Christopher Hampton.
Fotografía. Peter Suschitzky.
Música: Howard Shore.
Intérpretes: André Hennicke, Keira Knightley, Mareike Carrière, Michael Fassbender, Mignon Remé, Sarah Gadon, Viggo Mortensen y Vincent Cassel.
Fecha de estreno: 25 / 11 / 2011.
Como podría esperarse, Cronenberg —con un excelente director de fotografía, ya habitual en sus últimas películas—, hace un retrato en el que los psicoanalistas son seres dominados por la perversión y el hedonismo.
Freud [encarnado por Mortensen], con un puro constantemente en su boca, se muestra como un narcisista megalómano obsesionado por el sexo [se evidencia que ni el director ni el guionista han leído sus obras con un mínimo de seriedad y se limitan a divulgar la idea más estereotipada de sus hallazgos]. La bellísima Knightley [la judeorusa Spielrein], hace gala de un histrionismo excesivo, valga la redundancia, por lo demás da gusto verla en su papel ¿no nos han educado a todas las mujeres para ser masoquistas?¿no es ese el eterno sueño masculino? Viggo Mortensen nos trae un Otto Gross [también de origen judío] degenerado, cocainómano, vividor y mujeriego impenitente. Y Carl Jung [Michael Fassbender] un sádico ario casado con una delicadísima millonaria [Sarah Gadon] que le mima mientras él da rienda suelta a sus previamente desconocidos impulsos inconscientes con su amante-paciente a la que logra curar [no se sabe si a base de análisis, de amor o de azotes] y a la que ayuda a convertirse en analista para afirmar 'La destrucción como causa del devenir'.
Al final del film, se nos da a leer cómo el dios judeocristiano castiga tales desmanes: Sigmund Freud muere en Londres de cáncer; Sabina Spielrein [primera mujer analista admitida en el círculo de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung] es asesinada con su hija y otros judíos, en Rostov, por un Comando de las SS.; Otto Gross [ilustrado libertino admirador de Kafka, Nietzsche y Kropotkin, precursor de la antipsiquiatría y los movimientos contraculturales] muere en la pobreza [sólo faltaría que fuese el otro Otto, Rank, que muere en Nueva York el Día de la Expiación judía, "Komisch"]. Solamente Jung, el ario luterano viajero [de países y filosofías, es el único que intenta hacer confluir lo oculto y lo simbólico en sus teorías] , alcanza una muerte pacífica... ¿tal vez porque reconoce en voz alta su pecado? [le faltó contar, sin embargo, que en el instante en que falleció, un rayo partió el árbol en que solía descansar: hecho verídico].
Lo mejor, las interpretaciones, la recurrencia a los escenarios de origen [la casa de Freud, en Berggasse 19, el Café Central, el galvanómetro...] y, sobre todo, las titulaciones finales en las que el papel de la correspondencia, sacado de su contexto a partir de los encuadres parciales y con una macro espectacular, las convierte en una auténtica obra de arte: enorme fotógrafo, Suschitzky; sólo por eso merecería un Óscar.
En resumen, aunque bien documentada en muchos aspectos [desde el interés de Jung por la parapsicología hasta la veracidad de letra de Freud], no deja de ser una caricatura, eso sí, muy bien filmada, con buen ritmo narrativo y con garantizado éxito entre los profanos y banalizadores del psicoanálisis. Ahora bien, si Freud pudiera ver la película y examinar el trabajo tanto del director como del guionista, reforzaría de nuevo su ya antigua afirmación: 'todo neurótico desea ser un perverso'. Y añado otra en defensa de Sigmundo [no conozco en profundidad los otros retratados], su honestidad ética y deontológica —algo que ya no es fácil encontrar—, el respeto a una profesionalidad tal vez increíble porque no abunda en nuestros días y el valor de unas tesis que sostuvo pese a ser rechazadas por la mentalidad médica ortodoxa del momento y que han supuesto, entre otras muchas cosas, la desmitificación de la sexualidad [antes un tabú del que ni siquiera se podía hablar], la toma de conciencia sobre la idea de salud mental como un constructo [todos manifestamos algo de locura y 'lo mejor que nos puede pasar es ser sólo neuróticos'] y del inconsciente como eso que nos mueve al error y a la risa, evidenciando que no somos totalmente dueños de nosotros mismos y que lo que sí somos es, sobre todo, sujetos de deseo: 'la realidad supera la ficción' o quizá 'truth is stranger than fiction'.
lisi prada. 10 de Noviembre de 2012
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Guionista: Christopher Hampton.
Fotografía. Peter Suschitzky.
Música: Howard Shore.
Intérpretes: André Hennicke, Keira Knightley, Mareike Carrière, Michael Fassbender, Mignon Remé, Sarah Gadon, Viggo Mortensen y Vincent Cassel.
Fecha de estreno: 25 / 11 / 2011.
Como podría esperarse, Cronenberg —con un excelente director de fotografía, ya habitual en sus últimas películas—, hace un retrato en el que los psicoanalistas son seres dominados por la perversión y el hedonismo.
Freud [encarnado por Mortensen], con un puro constantemente en su boca, se muestra como un narcisista megalómano obsesionado por el sexo [se evidencia que ni el director ni el guionista han leído sus obras con un mínimo de seriedad y se limitan a divulgar la idea más estereotipada de sus hallazgos]. La bellísima Knightley [la judeorusa Spielrein], hace gala de un histrionismo excesivo, valga la redundancia, por lo demás da gusto verla en su papel ¿no nos han educado a todas las mujeres para ser masoquistas?¿no es ese el eterno sueño masculino? Viggo Mortensen nos trae un Otto Gross [también de origen judío] degenerado, cocainómano, vividor y mujeriego impenitente. Y Carl Jung [Michael Fassbender] un sádico ario casado con una delicadísima millonaria [Sarah Gadon] que le mima mientras él da rienda suelta a sus previamente desconocidos impulsos inconscientes con su amante-paciente a la que logra curar [no se sabe si a base de análisis, de amor o de azotes] y a la que ayuda a convertirse en analista para afirmar 'La destrucción como causa del devenir'.
Al final del film, se nos da a leer cómo el dios judeocristiano castiga tales desmanes: Sigmund Freud muere en Londres de cáncer; Sabina Spielrein [primera mujer analista admitida en el círculo de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung] es asesinada con su hija y otros judíos, en Rostov, por un Comando de las SS.; Otto Gross [ilustrado libertino admirador de Kafka, Nietzsche y Kropotkin, precursor de la antipsiquiatría y los movimientos contraculturales] muere en la pobreza [sólo faltaría que fuese el otro Otto, Rank, que muere en Nueva York el Día de la Expiación judía, "Komisch"]. Solamente Jung, el ario luterano viajero [de países y filosofías, es el único que intenta hacer confluir lo oculto y lo simbólico en sus teorías] , alcanza una muerte pacífica... ¿tal vez porque reconoce en voz alta su pecado? [le faltó contar, sin embargo, que en el instante en que falleció, un rayo partió el árbol en que solía descansar: hecho verídico].
Lo mejor, las interpretaciones, la recurrencia a los escenarios de origen [la casa de Freud, en Berggasse 19, el Café Central, el galvanómetro...] y, sobre todo, las titulaciones finales en las que el papel de la correspondencia, sacado de su contexto a partir de los encuadres parciales y con una macro espectacular, las convierte en una auténtica obra de arte: enorme fotógrafo, Suschitzky; sólo por eso merecería un Óscar.
En resumen, aunque bien documentada en muchos aspectos [desde el interés de Jung por la parapsicología hasta la veracidad de letra de Freud], no deja de ser una caricatura, eso sí, muy bien filmada, con buen ritmo narrativo y con garantizado éxito entre los profanos y banalizadores del psicoanálisis. Ahora bien, si Freud pudiera ver la película y examinar el trabajo tanto del director como del guionista, reforzaría de nuevo su ya antigua afirmación: 'todo neurótico desea ser un perverso'. Y añado otra en defensa de Sigmundo [no conozco en profundidad los otros retratados], su honestidad ética y deontológica —algo que ya no es fácil encontrar—, el respeto a una profesionalidad tal vez increíble porque no abunda en nuestros días y el valor de unas tesis que sostuvo pese a ser rechazadas por la mentalidad médica ortodoxa del momento y que han supuesto, entre otras muchas cosas, la desmitificación de la sexualidad [antes un tabú del que ni siquiera se podía hablar], la toma de conciencia sobre la idea de salud mental como un constructo [todos manifestamos algo de locura y 'lo mejor que nos puede pasar es ser sólo neuróticos'] y del inconsciente como eso que nos mueve al error y a la risa, evidenciando que no somos totalmente dueños de nosotros mismos y que lo que sí somos es, sobre todo, sujetos de deseo: 'la realidad supera la ficción' o quizá 'truth is stranger than fiction'.
lisi prada. 10 de Noviembre de 2012
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